Entre la fatalidad y el orgullo

“El futbol es un juego de errores”, dijo alguien alguna vez.

En la Champions, la competición de la agonía, este deporte no suele ser indulgente con las equivocaciones más groseras.

El resultado obtenido en el Parque de los Príncipes, quizás en parte engañoso, permitía al Barça afrontar con ventaja un partido de vuelta envenenado donde medir la euforia era al mismo tiempo el mejor camino para mantener intacta la ilusión de alcanzar las semifinales.

Sin dudas sobre qué idea futbolística iba a proponer el equipo francés, quedaba por definir en qué altura del campo se plantaría el Barcelona, con qué intensidad presionaría y lo más importante, con qué temple sería capaz de construir el juego ante una presión asfixiante.

Montjuïc acompañó el equipo como nunca. Como si se hubiera estado reservando durante décadas para un nuevo acontecimiento deportivo de primera magnitud y dio todo lo que podía dar al equipo, luchando para dejar atrás el frío y abrazar la primavera.

Si en las comparecencias de prensa previas al partido el ambiente había sido conciliador, era evidente que sobre el césped la batalla táctica iba a ser ardiente. Xavi, teniendo que afrontar por suspensión las bajas sensibles de Christensen y Roberto mantuvo tres delanteros en el dibujo inicial y optó por Gündogan y De Jong en posiciones interiores, acompañándolos de Pedri en el desahogo durante la salida. Ganar la zona central era la clave para llevarse el partido, ambos técnicos lo sabían bien, anuque ninguno de los dos se podía permitir renunciar al contragolpe y por eso descartaron la inclusión de un cuarto centrocampista.

Luis Enrique dio entrada de inicio a Barcola, tan insistente y peligroso en la ida para dar todavía más profundidad al juego parisino. Mbappé y Dembélé debían completar el tridente en ataque, permutando sus posiciones y ofreciendo alternativas constantes a la espalda de Cubarsí y Cancelo. En el centro del campo, como era presumible, Zaïre-Emery se ganó el puesto de titular, garantizando despliegue en la recuperación y buen toque de balón en la combinación. La vuelta de Achraf,  a su vez, recomponía el quarteto defensiva del técnico asturiano, permitiendo a Marquinhos caer sobre Lewandowski mientras Hernández se acomodaba en su perfil ideal.

El partido empezó con el Barça replegado, presa de la buena disposición de los parisinos. El PSG había sabido plantarse en campo contrario con aplomo e iniciativa, ahogando la salida de los culers, anulando sus líneas de pase y empujándolos hacia Ter Stegen. Los de Xavi, no obstante nunca se sintieron incómodos defendiendo el área. Siendo un bloque solidario, basculando con ahínco, consiguieron anular a Barcola y Dembélé, minando su progresión y ensombreciendo el ánimo de su rival.  Una única salida limpia en largo de Araújo y un requiebro de Lamine bastaron al Barça para ponerse en ventaja, después que el canterano desquebrajara a Nuno Mendes, se internara en el área y pusiera el pase de la muerte Raphina, que percutió con atino.

La noche no podía ir mejor para los blaugrana, en parte porque habían demostrado la fortaleza mental suficiente como para que el dominio al que le sometió el contrario no le pesara demasiado, pero sobretodo porque, de nuevo, había sabido golpear en el momento más apropiado. El PSG, aturdido, no tuvo reacción y cuando la encontró, en jugada aislada, se topó con Ter Stegen. La eliminatoria cogía color local y Luis Enrique se exprimía para encontrar soluciones, hasta que Araújo, flotado en todo momento por la primera línea del técnico asturiano cometió un error fatal al entregar mal un pase en profundidad. Barcola recogió el rechace y el uruguayo pagó con la roja su imprecisión.

Quedaba un mundo. Una eternidad de sufrimiento por delante. A las ya de por sí frágiles ventajas que podía ofrecer el Barça en la comparación once contra once se le añadía ahora la de tener que jugar más de una hora en inferioridad. Misión imposible ante la artillería ingente con la que contaban de los franceses. Dembélé empató antes del descanso en una desatención de Cancelo, que no cubrió bien su espalda, i la cuesta se empinó todavía más. El luso, hasta el momento impecable en el uno contra uno, empezaba a sufrir demasiado.

El Barcelona llegó a la orilla del descanso pidiendo agua dulce a gritos y el público se preparó para un segundo tiempo de tortura.

El muro de los de Xavi duró sólo diez minutos, el tiempo en el que el PSG tardó en encontrar a Vitinha sólo en la frontal. El Barça no había podido en ningún momento agarrar el balón y se consumió bajo la avalancha de futbol ofensivo de su rival, que ya podía jugar sin ataduras.

Otro error de Cancelo en el ajuste propició que Mbappé pudiera dar el vuelco de la eliminatoria aprovechando un penalti claro cometido sobre Dembélé. Era el más difícil todavía. Un imposible absoluto.

El equipo fue tirando de orgullo a ráfagas, sintiendo a partes iguales el cansancio y el apoyo de los suyos, con Gündogan a la cabeza y pudo incluso marcar en un par de aproximaciones. Sorprendentemente, cuando más al borde de la clasificación se vieron los de Luis Enrique, más precipitados estuvieron, más mellados se mostraron en ataque y más frágiles en defensa. Ahí el Barça vio una oportunidad de llegar al final con la eliminatoria ajustada y decidió remar hasta el final. Koundé y Cubarsí mantuvieron el coraje atrás mientras Raphinha y Ferran intentaban estirar el equipo contra todos los elementos posibles.

Antes del cuarto de Mbappé un error de Marquinhos propició una última contra del Barça que Lewandowski resolvió mal.

El futbol no premió el atrevimiento de los locales y el público se fue con la sensación de no haber podido competir en igualdad de condiciones. El error de Araújo pesó demasiado en una noche aciaga, en la que todo salió mal para los de Xavi, que terminan una temporada de lo más decepcionante portando a cuestas una última sonrisa: el desempeño de unos jóvenes que, siguiendo este camino un día saborearán las mieles del triunfo.

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