LA PÁGINA EN BLANCO DE LA COPA DE EUROPA

Entrar en una librería, sentir ese olor inconfundible de papel impreso; mirar en cualquier estantería y elegir un libro para hojear (pongamos que uno de la historia de la Copa de Europa); abrir la cubierta (ilustrada con una foto de un gol de Di Stéfano al Stade de Reims), desplazar primero la página en blanco de cortesía, después la de la portada -donde aparece el título- y las del prólogo; para acabar leyendo la introducción, donde el escritor nos hace la sinopsis de lo que podemos leer si nos hacemos finalmente con su obra. No se me ocurren muchos pequeños placeres mayores que este.

La historia de la Copa de Europa está regada de eliminatorias electrizantes, de remontadas imposibles, de goles y equipos históricos, de jugadores míticos, de alegrías y decepciones. El fútbol siempre tuvo al menos una sonrisa por cada lágrima. Cuando hablamos de la historia de la hoy llamada UEFA Champions League, a todos nos viene a la cabeza el Real Madrid de la segunda mitad de los cincuenta y sus cinco “orejonas” consecutivas, el AC Milan de Sacchi y los holandeses o el invencible Barça de Guardiola y Messi. Sin embargo, si queremos ir más allá y remontarnos al origen de la competición europea de clubes más importante, no encontraremos a ninguno de los equipos que tradicionalmente la han dominado a lo largo de la historia. No piensen en ninguno de los anteriormente citados. Ni siquiera en la Juventus, el Liverpool o el Bayern. No busquen a ninguno de los clásicos. Si quieren encontrar el germen de la actual Liga de Campeones toparán con dos semidesconocidos del planeta fútbol: el Wolverhampton Wanderers inglés y el Honved de Budapest húngaro. ¿Pero por qué ellos?

Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa ganadas consecutivamente por el Real Madrid
Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa ganadas por el Real Madrid de forma consecutiva. Fuente: Real Madrid.

El Contexto

No corrían buenos tiempos para el fútbol en Inglaterra. Al fracaso del Mundial 50, había que sumar el correctivo infligido en 1953 por la pujante Hungría (3-6 en Wembley) en el que la prensa británica había bautizado como “el partido del siglo”. Menos de un año después de tal afrenta, en mayo del 54 y como preparación para el inminente Mundial de Suiza, se jugó en Budapest lo que los ingleses esperaban que fuese la revancha pero el resultado todavía fue más humillante (ganaron los “Magníficos Magiares” por 7 a 1). El nuevo orden en el fútbol europeo era un hecho…

Wright y Puskás se saludan en los instantes previos al Inglaterra-Hungría de 1953. Al año siguiente se vieron las caras de nuevo en el no menos histórico Wolves-Honved. Fuente: BBC.

«The match»

13 de diciembre de 1954, Wolverhampton (Midlands Occidentales, Inglaterra). Tras aceptar el nuevo reto británico, esta vez a nivel de clubs, el Honved -tetracampeón magiar- y el que era en aquel momento campeón de la liga inglesa, el Wolverhampton Wanderers, se preparaban para saltar a la hierba del estadio Molineux, donde les esperaban 55 mil enfervorizados espectadores y el hasta entonces mayor despliegue de medios de la BBC visto jamás. La expectación era enorme. Y no era para menos: estaba a punto de iniciarse el partido no oficial menos amistoso de todos los tiempos.

En las alineaciones, sin sorpresas. Tanto Stan Cullis -técnico de los Wolves- como el húngaro Janos Kalmar, conscientes de la importancia del choque, alinearon sus mejores onces y optaron por un clásico 2-3-5 que, hoy en día, sólo se puede ver en los futbolines. Estábamos prácticamente ante lo que iba a ser otro Inglaterra-Hungría: siete internacionales ingleses en los locales (el portero Williams, Slater, Flowers, Hancocks, Broadbent, Wilshaw y el capitán de los Pross, Billy Wright) frente a ocho jugadores con “caps” en los magiares (Faragó, Bozsik, Lóránt, Budai, Machos y los legendarios Kocsics, Czibor y Puskás). Casi nada. El mundo del fútbol se disponía a ser testigo de un nuevo enfrentamiento entre la tradición inglesa y la vanguardia húngara.

El partido no empezó bien para los locales. Sin haber llegado todavía al cuarto de hora ya perdían 0-2. Los goles de Kocsis -de cabeza, a centro perfecto de Puskás– y del ariete Ferenc Machos certificaban la impotencia local frente al vendaval visitante. Todo hacía presagiar una nueva humillación al orgulloso fútbol inglés salvo que hubiera un inesperado giro de guion. Y vaya si lo hubo…

Celebración del Honved tras el gol de Kocsis en su partido ante los Wolves. Fuente: The Guardian.

Ya en tiempo de descanso y en vista de lo sucedido en el primer tiempo (recordemos, 0-2 para el Honved), Stan Cullis trazó un plan para revertir la situación. Dicho plan se componía de tres pasos tan sencillos como, a la postre, efectivos:

1.- Dejando a un lado cualquier ética deportiva, Coach Cullis ordenó regar abundantemente el césped del Molineux hasta encharcarlo completamente. El veterano técnico, que tenía claro que en condiciones normales su rival era mucho mejor técnicamente, sabía que había que “ahogar” -nunca mejor dicho- la circulación de balón del Honved.

2.- Presión muy adelantada. Con ello, además de robar el esférico lo más cerca posible de la portería de Faragó, evitaría que llegaran buenos balones a los temibles delanteros húngaros.

3.- Con el terreno de juego convertido en una piscina de barro, Cullis sabía que el juego aéreo acabaría siendo el factor diferencial. Y ese precisamente era el único aspecto en el que los suyos eran netamente superiores.

Stan Cullis (técnico del Wolverhampton Wanderers) dando instrucciones a los suyos en el vestuario. Fuente: The England Calling.

El inicio de la segunda parte ya mostró otro partido. Con la presión incesante desde los tres cuartos de cancha, unido al impracticable terreno de juego, los chicos de Cullis conseguían anular el juego húngaro de pases cortos y precisos que les había matado en los primeros cuarenta y cinco minutos. El huracán magiar del primer acto había mutado en un monólogo de los Wolves. Y fruto del mismo, en el minuto 49, llegó el primer gol local al transformar Hancocks un penalti cometido sobre él mismo. El tanto del extremo derecho inglés daba alas a la afición que llenaba el Molineux y que, mitad incrédula y mitad ilusionada, empezaba a creer que el milagro y la remontada –que, en realidad significaban lo mismo- eran posibles. Los posteriores minutos al 1-2 solo sirvieron para que el campo se embarrase aún más y, con ello, desapareciera cualquier rastro de juego fluido. El escenario ideado por el técnico inglés se estaba cumpliendo paso por paso. Pero aún quedaba rematar la faena en la recta final…

Acercándonos al último cuarto de hora, el partido se encaminaba peligrosamente a una honrosa derrota local (que los ingleses, a tenor de los antecedentes, seguramente hubieran firmado). Pero llegó el minuto 76 y con él un centro desde la banda que la cabeza del ariete Roy Swinbourne convirtió en el 2-2. Y aún quedaba lo mejor. Apenas dos minutos después, en pleno desconcierto húngaro, de nuevo apareció Swinbourne, que volvió a aprovechar otro buen centro y puso el definitivo 3-2 con el que la grada enloqueció. El plan Cullis había funcionado y sus Wolves habían hecho historia.

La Copa de Europa

Al día siguiente, la gesta del Wolverhampton Wanderers ocupó todas las portadas de los diarios del Reino Unido. Pero el titular más impactante, como no podía ser de otra manera, llegó a través del Daily Mail. Este periódico sensacionalista, basándose en unas supuestas declaraciones de Stan Cullis a la conclusión del partido, en las que aludía a su equipo como el mejor del planeta, rotuló con un “Hail Wolves, champions of the world now” (“Saludad a los Lobos, ahora campeones del mundo”) que causó furor y sembró la polémica a partes iguales.

Muchos periodistas se mostraron en desacuerdo con tal afirmación. Uno de los más vehementes contra ella fue el francés Gabriel Hanot. El exfutbolista y por entonces editor de L´Equipe alegaba que el Wolverhampton sólo podría ser considerado el mejor equipo del mundo si antes vencía, entre otros, al Real Madrid y al AC Milan. Hanot, asimismo, sugirió crear una competición anual con los mejores clubs de Europa para así determinar cuál sería el legítimo rey del viejo continente. Una idea que cristalizó apenas unos meses después con la ayuda de Jacques De Ryswick y Jacques Ferran (ambos compañeros en L´Equipe). Estos últimos, que contaban con el beneplácito de la UEFA, determinaron las bases, el formato y qué clubs serían invitados a jugar la primera “Copa de Clubs Campeones Europeos” en la temporada 55-56.

Como dato curioso, en esa primera edición de lo que hay conocemos como Champions League no partiparon ni el Wolverhampton ni el Honved. Pero poco importaba. El partido que ambos disputaron siempre será considerado el embrión de la competición de clubs más importante, el entresuelo del rascacielos, la página en blanco del libro de la historia de la Copa de Europa. Y que les quiten lo “bailao”…

3 comentarios sobre «LA PÁGINA EN BLANCO DE LA COPA DE EUROPA»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *