Los juveniles mantienen el pulso

Un golpe de varita de Lamine Yamal bastó para que el Barcelona amarrara los tres puntos en un partido plagado de minas, en el que el Mallorca de Aguirre cavó trincheras a lo largo y ancho del campo y sostuvo siempre una mirada desafiante.

Los blaugrana trasladan así la presión, a estas alturas ya relativa, a sus rivales directos en la clasificación.

 

Barça y Mallorca se dieron cita en el Lluís Companys partiendo posiciones antagónicas desde el punto de vista anímico. Si los de Aguirre llegaban a la capital catalana con el billete para la final de Copa bajo el brazo y una sonrisa amplia y radiante, los de Xavi saltaban al verde con más dudas que nunca en sus propias posibilidades.

Con su anuncio de dejar el equipo en junio el técnico egarense esperaba rebajar la presión sobre el equipo, pero sobretodo esperaba rebajar el ruido alrededor de su propia figura.

Una decisión que era una mezcla de inocencia por parte de quién pareciera no conocer de nada el club de su vida y de egoísmo por el modo de afrontar el hecho de haberse sentido demasiado fustigado por este mismo entorno, teniendo más o menos razón.

Aún siendo así pocos culers le podrán reprochar a Xavi ese egoísmo cuando se vaya, teniendo en cuenta que tuvo el valor de coger el equipo en uno de los momento más complicados de su historia.

Como tampoco nadie podrá eludir el hecho de que en estos dos años y medio el equipo ha estado muy lejos del nivel y del estilo de juego al que aspiraba acercarse.

Después de tantos meses de frustraciones, los jugadores debían dar un paso adelante a la hora de luchar por objetivos en esta recta final. Porque no son solo futbol y automatismos lo que le falta al Barça. También ambición, furia y entereza competitiva.

De todos modos lo más probable es que el empate en San Mamés haya representado el final de la carrera para los de Xavi. La estación donde se diluyeron las esperanzas de luchar por la Liga.

Con la enfermería a rebosar de nuevos inquilinos, sintiéndose incapaz de encontrar regularidad alguna en su juego y con los dedos de Oshimen y los Williams aún marcados en los mofletes, el Barcelona oteó los muros mallorquinistas poco convencido de poder hacer un último esfuerzo para postularse como perseguidor del Real Madrid.

Todas las miradas estaban ya puestas en el cruce ante el Nápoles, aunque esa es una última bala que tiene demasiadas posibilidades de ser de fogueo. La ilusión que genera la Champions siempre es directamente proporcional a la dimensión de las heridas que puede ocasionar una eliminación sangrienta.

Arrastrado en los últimos meses por el remolino embarrado de su propia mediocridad y con un proyecto de club en el que ahora mismo es difícil depositar esperanzas, los aficionados acudieron a su exilio preferido de cada quince días con la única motivación de encontrar en los más jóvenes un soplo de ilusión.

El Barça es un equipo de nombres notables que no están a la altura de su grandeza reciente y cuyo latido más fiable siempre acaba siendo insuflado por un puñado de juveniles que no deberían estar asumiendo una carga tan pesada. Su desempeño, descarado y vigoroso, volvió a ser de lo más vistoso que se pudo ver en el partido.

En la primera parte Cubarsí volvió a enseñar que puede ser un central de época, danzando con Larin y Muriqi el vals de las espinas, Lamine intentó desbordar con más corazón que acierto y Guiu (por fin titular) se esforzó en la combinación y en la presión, aunque siempre estuvo bien sujetado por las garras de Copete y Raíllo.

En el inicio fue Raphinha el animador, valiéndose de la posición interior en la que le acomodó Xavi para explotar su verticalidad y capacidad de remate. En una escapada en profundidad cantó bingo: obtuvo un penalti y se lesionó (y alguien en la banda tocó corneta para ampliar la enfermería, si es que eso todavía es posible). Gündogan tuvo en sus botas la chance para abrir el partido pero Rajkovic le adivinó las intenciones y los del vasco salieron reforzados de la jugada.

El resto del primer tiempo fue querer y no poder para los de Xavi. La circulación de balón no fue lo suficientemente dañina para que los baleares pasaran apuros y ni siquiera cuando el público, impaciente, dejó escapar los primeros silbidos, apareció el remate aislado que nace del orgullo y la vergüenza. Sólo la entrada de un Fermín eléctrico y rebelde escenificó que el accidentado todavía tiene constantes vitales pero a la mínima que el partido se abrió un poco más, el Mallorca también dispuso de algunas escapadas peligrosas.

En el segundo acto el partido no cambió, si acaso fue a peor para los locales. Ni el Mallorca se quería mover ni un centímetro de su planteamiento ni el Barcelona parecía tener recursos para cambiar el signo de los acontecimientos. Los de Aguirre fueron creciendo en ataque a medida que los blaugranas encontraban cerrados sus caminos para progresar: no hay equipo en el mundo que no esté seguro de poder hacer daño a los de Xavi en transición.

Fue Lamine Yamal quién rescató al equipo, con su mezcla de hambre y orfebrería que impulsó el equipo a morder todavía un poquito más arriba, aunque el de Mataró se topó con el larguero y su efecto no tuvo la continuidad esperada. ¿Cómo pedirle más con diecisiete años?

Fue una noche de suerte dispar para los atacantes de Xavi. Marc Guiu empezó a intervenir con más pulcritud a partir del minuto 60, justo cuando el entrenador lo cambió. Joâo Félix por su parte, encarnando una vez más todas las malas sensaciones del equipo, volvió a ser invisible.

Con la entrada de Lewandowski y Vítor Roque el equipo se vio obligado a apelar a un instinto ganador que parecía adormecido. Y a jugársela definitivamente.

Aunque el brasileño apareció con brío y la presencia del polaco siempre conlleva un mayor grado de intimidación para los rivales, el hombre que llevaba la antorcha que debía guiar a los suyos al triunfo ya estaba en el campo.

Esta vez Lamine sí encontró el premio a su determinación. Un arrojo que sólo él tuvo. Después de un rebote favorable, recibió en el pico del área, revoloteó cual mariposa, recortó como los más grandes y acomodó una rosca deliciosa a la escuadra del meta serbio del Mallorca, que solo pudo resoplar.

El gol reconfortó al Barça sólo por momentos, porque a este equipo le falta tanto aplomo y equilibrio con el balón que sus rivales siempre creen hasta el final. Esta vez, no obstante, el equipo supo mantener la ventaja hasta el pitido final.

De nuevo con Cubarsí y Fermín como abanderados los blaugrana insistieron con el buen tono en la presión y aprovecharon la profundidad de Vítor Roque para amenazar al espacio.

Finalmente el Barcelona empezaría con buen pie la semana más importante del curso, que deberá rubricar con un pase a cuartos de lo más ansiado, que será un arma de doble filo si el equipo no da un paso adelante en lo colectivo.

Al menos, por el momento, el aficionado tiene la certeza de que los más jóvenes entre sus filas darán la cara por el resto.

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