Los de Iñigo Pérez, arropados por varios miles de gargantas, consagraron la gesta y surcarán mares europeos 24 años después
El 28 de agosto de 2025 quedará grabado para la eternidad en el imaginario rayista, como el día que una familia, un barrio, volvió a imprimir su sello en letras doradas en el viejo continente. Desde primera hora del día el barrio lucía diferente, ni un niño en el colegio sin su franja bordada, ni un señor mayor sin contar su anécdota favorita sobre la agrupación.
Las horas fueron pasando, la comida se hizo más pesada porque el nudo en el estómago no daba tregua y entonces… sucedió. De cada casa, de cada portal, salía un rayista con la certeza de que a escasos metros se encontraría con cientos de rayistas más dispuestos a alentar a su equipo hasta que sus cuerdas vocales exhalasen su última nota para dar paso a unan ronquera que, sin duda, durará días.
Entre cánticos, abrazos llenos de euforia y nervios, y cerveza, mucha cerveza, llegaron las 20:00. La pelota comenzó a rodar por el césped de Vallecas y la responsabilidad de las risas y los llantos de miles de hombres y mujeres recayó sobre los once guerreros elegidos por Iñigo Pérez.

Nteka tuvo la primera, pero Maksim Belov achicó bien y redujo al mínimo las opciones de gol del futbolista angoleño. Todo era jolgorio hasta que un disparo seco de Anton Suchkov logró helar la sangre de todos los presentes, las banderas cesaron sus alegres movimiento y las gargantas flaquearon momentáneamente hasta que, fruto del destino, el larguero escupió la pelota alejándola de los dominios de Batalla.
En lo puramente futbolístico el intercambio de golpes posterior fue un simple tanteo, como el boxeador que guarda fuerzas para asestar el golpe definitivo a su oponente cuando apenas quede tiempo de reacción. El Rayo dando por buena la renta obtenida en Hungría y el Neman sabedor de que gran parte de sus opciones pasaban por llegar vivos al último cuarto del encuentro.
Los minutos fueron pasando con normalidad hasta que Sergio Camello tuvo a bien convertirse en héroe. El español con el dorsal ’10’ galopó cual gamo y estrelló la pelota contras las mallas. Todo el estadio estalló en júbilo hasta que en un momento, entre el ruido hubo un gesto que lo cambió todo, el árbitro se llevó la mano a la oreja y comenzó la odisea. Tras anularlo, concederlo y volverlo a anular, el público, incrédulo le dedicó una sonora pitada al señor Jérémie Pignard.
La segunda mitad comenzó sin sobresaltos hasta que, tras un tumulto en el área, un balón llovió sobre la cabeza de Belov, cuando las bufandas comenzaban a alzar en vuelo, la cabeza de Sadovnichi alejó la pelota y sirvió como recordatoria de que el premio de Europa no se consigue sin derramar hasta la última gota de sudor.
Cuando todo se empezaba a apretar, cuando los minutos comenzaban a pesar en las piernas y la mente dejaba de pensar con claridad, apareció él. Como un haz de luz en la oscuridad, Álvaro logró mandar la pelota al fondo de la meta bielorrusa con la calma y la precisión de los elegidos.
Cuando Vallecas aún estaba en plena resaca del tanto conseguido, Camello decidió unirse a la fiesta, esta vez sin revisiones inoportunas y certificó la clasificación. Desde ese preciso instante las puertas del manicomio quedaron abiertas de par en par y el frenesí invadió a todos y cada uno de los rayistas. Jorge De Frutos emergió en mitad de la vorágine festiva para dejar una vaselina que se guardará por siempre en la retina y en el corazón de todos los presentes.
Álvaro abrió el camino y Álvaro tenía que cerrarlo así dicta la poética del fútbol. La finta y el sprint para convertir a Makism en un espectador de lujo de su gol.
Hoy no sólo había 11 hombres en el campo, hoy había un poco de Míchel en Óscar Trejo un poco de Julen Lopetegui en Augusto Batalla y un poco de cada rayista en todos ellos. Porque en estos 90 minutos, esos hombres maduros y responsables han vuelto a ser esos niños gamberros que recorrían cada plaza de su barrio luciendo orgullosos la camiseta de la franja. Ese padre y ese hijo, cuyo momento más fraternal siempre fue acompañado de un silbato y ese olor característico a hierba recién cortada vuelven a ver a su equipo en Europa, esta vez con más canas en el pelo y mayor dificultad para subir las escaleras.
Sin olvidarse jamás de todos los rayistas que ya no están, pero que seguro alentaron al unísono desde arriba en la que ya es una de las grandes noches del equipo de sus amores.
Director de Agente Libre.
«La pelota no se mancha».
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