La vuelta de los octavos de final entre el Nápoles y el Barcelona trasladó el desenlace de una contienda romántica y fraternal del Vesubio a Montjuïc. Se enfrentaban dos ciudades nacidas al pie de sus respectivas montañas emblemáticas, que a lo largo de las décadas sirvieron para inspirarles, infundirles temor o hacerles sentir orgullosos según las circunstancias históricas. Dos hijos del Mediterráneo cuyos días de mayor esplendor parecen hoy lejanos. Dos campeones de liga en horas bajas obligados a medirse limitados por sus propios demonios.
El duelo final, librado en un coliseo frío y mal ataviado, amenazaba con tomar aires de tragedia griega para el perdedor.
La afición blaugrana intentó calentar como pudo el ambiente en un estadio tradicionalmente hostil para sus huéspedes. Consciente de la importancia deportiva, económica y anímica del choque, el público se propuso alentar al equipo caldeando los aledaños y haciéndose sentir desde el primer minuto, algo el equipo notó en positivo.
Pese a la extraordinaria irrupción de Cubarsí en este 2024 había dudas sobre quién sería el acompañante de Araújo en el eje de la defensa. Si bien parecía que Xavi podía decantarse por la veteranía de Íñigo Martínez de entrada, sobre este acabó pesando quizás su error en el gol de Oshimen en la ida, de modo que finalmente fue el joven gerundense quién, una vez más, tuvo que aceptar el reto de liderar al equipo en la salida del balón desde la primera línea. Su físico todavía es la de un zagal de dieciséis primaveras pero su mirada es la del cachorro que aspira a reinar en la sabana.
Lesionados De Jong, Gavi y Pedri, Gündogan fue el encargado de retrasar su posición para ayudar en la construcción, colocándose cerca de Christensen, siendo Fermín y Raphinha los escogidos para actuar en la media punta, atacar los espacios y acompañar a Lamine Yamal y Lewandowski en la primera presión.
La disposición táctica de los de Xavi fue eficaz y coordinada en los primeros compases, con Fermín liderando la presión sobre Lobotka, lo que anuló la progresión con balón de los celestes y les maniató. Era el Barça un equipo corto, que no dejaba espacios y robaba mucho, en buena altura. Y que lanzaba a sus interiores contra Meret con los colmillos afilados y mucha electricidad. Eran los veinte mejores minutos de los de Xavi en 2024. Veinte minutos de avalancha culer, en los que Montjuïc entró en fase de erupción. Fue Raphinha quién descorchó las burbujas, lanzando un desmarque al espació con el que pudo habilitar a Fermín con el pase de la muerte, y fue él mismo el que estuvo a punto de ampliar el marcador. Su balón rechazado por el poste, lo recogió un atento Cancelo para doblar la ventaja.
No se encontraba el Nápoles. El centro del campo de los italianos fue barrido por la entereza de Christensen, la predisposición de Gündogan y el vigor de Fermín en el despliegue, mientras un inmenso Cubarsí mantenía Oshimen alejado de Ter Stegen trazando la línea del fuera de juego con maestría.
Quién no estuvo tan acertado en este sentido fue Araújo, que rompió el offside después que los visitantes infiltraran un balón a la espalda de Cancelo. Fue una jugada idéntica a la del gol de Fermín pero esta vez fue Rrahmani quien golpeó para recortar distancias. Los de Xavi vieron como su gran superioridad hasta el momento, ya no se traducía con tanta contundencia y el partido entró entonces en una nueva fase. Acto seguido el Nápoles dio un paso adelante y Ter Stegen salvó el empate en el minuto 34.
El Barça pudo llegar ganando al descanso porque fue solidario en defensa y porque no renunció en ningún momento a buscar el contraataque pero fue perdiendo el balón progresivamente a medida que se alcanzaba el intermedio. Los de Calzona crecieron en campo contrario, auparon a sus laterales y estuvieron merodeando el área de Ter Stegen con instinto pero una buena versión defensiva del Barcelona impidió que el marcador se volviera a mover antes del descanso. ¿Sería capaz el equipo de retomar el control del partido en la segunda mitad?
El primer síntoma que la respuesta a esa pregunta sería negativa lo dio Kvarashkelia nada más empezar, con una rosca cerrada que no fue gol por poco. Cuando el frenesí del georgiano empezó a entrar en ebullición, crecieron las imprecisiones en el centro del campo de los catalanes y el Nápoles se adueñó definitivamente del encuentro, presionó más arriba y encontró más espacios en la zona ancha. El Barça intentaba salir del atolladero sin acierto, entre otras cosas porque Fermín y Gündogan empezaron pronto a notar el cansancio y Lewandowski se había convertido en un islote. Sólo Lamine Yamal y Joâo Cancelo mantuvieron la ambición de ganar los duelos individuales desde el punto de vista técnico, mediante el dribbling, mientras Araújo hacia lo propio con los de naturaleza física.
Viendo que el partido se le podía ir de las manos en lo físico el técnico egarense del Barcelona introdujo a Sergi Roberto y Romeu para ganar piernas y la apuesta le funcionó hasta el punto el equipo se sacudió al rival de encima durante los minutos que siguieron.
Con la eliminatoria agonizando el técnico italiano metió en el campo la pólvora que le podían dar Raspadori y Lindström pero fue un centrocampista quién decidió el cruce. Sergi Roberto, tantas veces criticado injustamente, se metió a sus compañeros en el bolsillo. Y a sus rivales. Presionó con criterio, guardó las espaldas de Gündogan, mantuvo la posesión en momentos de máxima tensión y estuvo brillante en la presión. Suyo y de Cancelo fu el mérito del 3-1 anotado por Lewandowski.
El Barça accedió a cuartos de final siendo lo que demasiadas pocas veces ha sido esta temporada: un equipo sólido, solidario y efectivo en el remate, que supo manejar bien los pocos tramos de eliminatoria en los que el rival fue superior. Montjuïc, eufórico, pareció resistirse a vaciarse durante un buen rato. El barcelonismo sabe que su equipo no está entre los favoritos para hacerse con la orejona, pero por primera vez esta temporada, tiene una actuación de referencia para los que elijan creer.