Manolo Preciado, un tipo peculiar al que la vida golpeó en numerosas ocasiones, pero se mantuvo en pie.
Nacido en El Astillero en 1957, cántabro de corazón, desarrolló su vida en numerosos lugares, pero, como él mismo decía, Levante y Gijón hicieron que se sintiera como en casa.
Sus comienzos futbolísticos fueron en el filial del Real Racing Club de Santander con el que, en 1978, debutó en Primera División. Pasó por Linares, Mallorca, Alavés, Ourense y, finalmente, en 1992 se retiró tras dos años en la Gimnástica de Torrelavega.
El salto a los banquillos
Si bien como futbolista no alcanzó el éxito, este le llegó como entrenador. Consiguió su primer ascenso en Torrelavega, quedando el equipo campeón de grupo con pleno de victorias. Más tarde volvió a su casa, Santander, y asumió diferentes papeles hasta el 2003, cuando presentó su dimisión.
Su paso por el Levante fue corto, pero muy especial para la afición granota, ya que llevó al club a Primera División en 2004. Tras dos temporadas de tumbos con el Real Murcia y, de nuevo, en el Racing de Santander, firma en 2006 por el Real Sporting de Gijón.
Llegó a un club totalmente descompuesto y que había cosechado varias temporadas esperpénticas. Pese a sus recientes éxitos, tal era la pasividad que se respiraba, que la llegada del cántabro no produjo en la Mareona ni un ápice de esperanza.
Pese a que su primera temporada en Gijón fue un tanto ‘mediocre’, el entonces presidente, Vega Arango le renovó por otra. “No podía haber nadie mejor para levantar la moral a una plantilla que se encontraba totalmente desmotivada”. Esto era cierto, ya que Preciado cultivaba vínculos con cada jugador, sobretodo con los que eran carne de banquillo.
El tiempo acabó dando la razón al presidente, y es que en 2008 se produjo algo que nadie hubiera imaginado hace un par de años. Tras más de 30 jornadas situándose entre los tres primeros y con varios hitos como: el doble pivote Matabuena-Michel, los 33 tantos anotados entre Kike Mateo, Bilić y Barral y la figura de Diego Castro, el extremo que hizo que los niños gijoneses volvieran a creer en la magia de El Molinón, se produjo el ansiado ascenso a la categoría dorada, el quinto para el casillero personal de Manolo.
La gente se reenganchó a su querido Sporting, todo el mundo quería que llegara el fin de semana para escuchar rugir a El Molinón. Preciado consiguió lo que había anhelado hace apenas dos años: “transmitir alegría, que es lo que falta aquí”.
Y es que, entrenadores hubo muchos, pero algo le diferenció del resto. No buscaba destacar, era honrado, siempre declaró que lo más importante del fútbol no eran ni el dinero ni los títulos, sino las amistades que forjas.
La vida le golpeó varias veces; en 2002, la muerte de su mujer, Purificación, a causa de un cáncer, y dos años más tarde la de su hijo Raúl, de 15 años, en un accidente de motocicleta, no le dejaron K.O.
Salió reforzado de todo esto porque, como él dijo, «tenía dos opciones, tirarme de un puente o seguir adelante. Decidí lo segundo». Su objetivo nunca fue que la gente se compadeciera de sus desgracias. Buscó consuelo en el fútbol, en el sonido de los goles, en los entrenamientos bajo la lluvia y en el cariño de una afición que siempre se mostró crítica pero afable.
Su rifirrafe con Mourinho
Autocrítico como el que más, pero sin dejar que le tomaran el pelo, su encontronazo con José Mourinho le situó en la prensa nacional por su defensa al club. «Si en el Real Madrid nadie le dice a este señor lo que es el respeto, se lo voy a decir yo. Aquí no somos unos primos. Somos de pueblo, pero humildes y deportistas. Nos merecemos el mismo respeto que él con su ‘titulitis’»
«Si es un chiste, no me gusta nada y me parece muy malo. Si lo dice de verdad, es que un canalla y muy mal compañero de trabajo, y me quedo con esta última». «Cuando se escupe para arriba te cae encima, y ahí lo quiero ver». Estas declaraciones hicieron que el panorama del fútbol se revolucionase, y, finalmente el tiempo cerró las diferencias entre ambos con aquella gloriosa victoria del Sporting en el Bernabéu.
Atrás queda ya esa agonizante permanencia en 2009 que los sportinguistas conservan en su memoria. La buena sintonía entre Manolo y la directiva hizo que este se quedara al mando del equipo durante cuatro temporadas más.
En 2012 dijo adiós al Real Sporting, y firmando, poco tiempo después, para intentar devolver al Villarreal a primera. Sin embargo, nunca dirigió su primer entrenamiento con el submarino amarillo. Preciado murió en Valencia a causa de un inesperado ataque al corazón.
El mundo del fútbol lloró su pérdida. Manolo ya no está, pero permanecen sus frases icónicas, su espíritu guerrero y su personalidad campechana.
Once años después las aficiones le recuerdan, los abuelos cuentan a sus nietos su historia y los periodistas siguen hablando de su cercanía como persona. Su estatua con los brazos en jarra, plagada de gente que la observa y le rememora. Este ‘gijonés de adopción’, dejó una huella y un legado que aflora en todos los campos que pisó y que será infinito para el fútbol español y sobretodo, para el Real Sporting de Gijón porque es que, no habrá otro como Manolo Preciado.
Estudiante de Periodismo en la Universidad de Valladolid. Muy del Sporting.